"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

viernes, 25 de mayo de 2012

Duty Free III


          La Sanidad. 

              Es normal que en el Gobierno quieran que la pague el paciente. De tanto corretear con los Obispos se les ha pegado la idea “religiosa” de que el enfermo es un pecador al que dios ha castigado por sus pecados. Si los enfermos son seres impuros y la enfermedad un vicio, o un castigo por los vicios cometidos, “cada uno que se pague sus vicios”. La idea de que uno enferma porque quiere, curiosamente, no está tan erradicada como parece (al menos aquí, en Celtiberia) por diversas razones de orden psicológica: porque mientras uno está sano cree, como la muerte, que a “él no le va a pasar”; además la gente cree que lo que uno siente es dolor de verdad y lo de los demás son cuentos, sin olvidar la cuadrilla de empresarios que no han pegado un palo al agua en su vida y que se presentan como gente con una salud de roble, curtida por el trabajo (“el trabajo es salud”) cuando precisamente han conseguido ese estado de salud no a cuenta de trabajar, sino de haber vivido y comido bien toda su vida.

            Esa idea de que la Sanidad es cosa de otros (“de los enfermos”) y de que enfermo imaginario es el otro explica la poca solidaridad que hay en esa materia. Aquí, en el análisis de beneficiarios hay que concluir que el enfermo es el principal beneficiario de la Sanidad: es el ser (vivir) o no ser (morir).

     Hay beneficiarios secundarios, claro está: el empleador en primer lugar ya que la Sanidad funciona como el servicio de reparación de las “máquinas humanas” que emplea y que muchas veces se estropean porque el cabrón de él no pone las medidas de seguridad necesarias. El empleador es, además responsable del maltrato que sufren esas “máquinas humanas”, que hace que luego enfermen y que, llegada la edad de jubilación tengan la espalda echa un ocho de tanto llevar cajas de aquí para allá porque el empresario prefirió gastar en un safari antes que invertir en una carretilla eléctrica: no es sólo beneficiario de la Sanidad (reparación) es también un generador importante de gasto sanitario al estropear la salud de sus trabajadores.

           La sociedad, en general, también se beneficia de una buena Sanidad, tanto por lo que se refiere a la prevención de contagios, epidemias, como al bienestar general que la Salud genera.

         Identificados, como digo, los beneficiarios la cuestión es si deben pagar todos ellos y cómo: el enfermo parece claro que no, o, al menos el enfermo que quiere curarse y que sigue las prescripciones médicas. Empresarios y sociedad serán, entonces, los que tendrán que apechar con el gasto, y lo harán vía impuestos. De nuevo los Impuestos, y los impuestos progresivos en función de la verdadera capacidad económica de las personas, se muestran como la única solución al problema.

sábado, 12 de mayo de 2012

E.T.


          El llamado “mercado de viviendas de alquiler” parece un paciente de House: se aplican continuamente tratamientos para su mejora y cada vez lo tenemos peor. Es curiosa la ensalada progre-liberal de pastillas que se le han arreado al enfermo, que sigue y seguirá en estado comatoso. Veamos algunas de ellas:

          1.- A ratos se piensa que la solución es favorecer al inquilino, bien mediante ayudas, bien mediante desgravaciones fiscales. Dar dinero al “bisho” para que pueda alquilar una vivienda es lo mismo que metérselo directamente en el bolsillo del dueño de la vivienda: a continuación sube el alquiler en el mismo importe que la renta y asunto solucionado: lo hace porque es un mercado cautivo en el que el arrendador (los pocos que hay por lo que luego se dirá) pueden aprovecharse de esas ayudas vía aumento de precios sin problemas. La guinda del pastel lo ponen medidas como la de la “pija de Gràcia” con sus rentas básicas de emancipación: se pone dinero en la mochila de los chavales para que se la entreguen graciosamente al propietario; los que no son tan jóvenes se quedan sin nada mientras ven cómo el arrendador sube los precios “para todos”, y alquilan primero a los jóvenes y a los demás ya se verá. Los demás, como es lógico, se cagan en todos sus muertos, sean éstos catalanes o andaluces, como recientemente (y a ratos) se descubrió.

          2.- Otras veces (o de forma conjunta) se cree que hay que “mimar” al dueño: se conceden beneficios fiscales al arrendador, dejando exentas o cuasiexentas los alquileres que obtiene. También se piensa que la gente no alquila por miedo al desguace del piso o al impago de las rentas. Estas medidas son injustas(*) e ineficaces, como bien se ha visto hasta ahora.

           Todo es un problema de diagnóstico: podemos traer a Taub y todos los demás que forman el equipo médico habitual para que después de tropecientos errores nos digan algo que es esencial:

  • Que, por la parte del arrendador, dueño, propietario, casero... o cómo se quiera llamar la enfermedad es fácil: pocos de los propietarios de viviendas vacías, quieren, en realidad, alquilar. Compraron sus segundas, terceras... viviendas para especular, como si se tratara de activos financieros, para vender. Están cerradas, esperando un mejor momento (que el político anuncia a cada momento) para vender ganando o sin mucha pérdida, de la misma forma que esperan mis Iberdrolas compradas a nueve euros. Con esta perspectiva por más que se haga no se arrienda.

  • Por parte del inquilino, arrendatario, bicho.... o cómo sea sigue primando en España el concepto franquista de que “sólo la propiedad de vuestra vivienda os hará libres”: vivir de alquiler es lo último de la escala social, algo reservado sólo a inmigrantes y marginales. Se prefiere ser propietario de una cabina de teléfonos antes que “vivir de renta” en un piso. Esta mentalidad franquista ha sido aprovechada por igual por tirios (PP) y troyanos (PSOE) y, como Froilán, deja a la sociedad española tullida para siempre. La gente seguirá viviendo en casa de sus padres hasta que éstos le compren un piso, se comprará (poco) en los arrabales o en el rastro de viviendas, y a aguantar hasta que pase el temporal y pueda comprar la vivienda que me merezco, porque “yo lo valgo”.

        Con este diagnóstico el tratamiento es difícil: se puede administrar un “toque de cojones” al propietario que no alquile, crujiendo a impuestos la vivienda vacía, amenazando con la expropiación a un euro... a ver si, por obligación se anima a alquilar. En mi opinión la mejor solución es apostar (o haber apostado, no sé si ahora tenemos para ello) por la creación de un parque público de viviendas de alquiler potente (nada marginal) a precios razonables poseido y gestionado por los Ayuntamientos (risas). El parque de viviendas públicas español es enano al lado del de nuestros vecinos del norte, gestionados, en su mayor parte, precisamente por los ayuntamientos (gestos de seriedad). Se requiere, además de la pasta, que hoy es lo fundamental, desmontar la mentalidad franquista dominante en el PPSOE, para evitar que la vivienda pública se privatice casi inmediatamente otorgando a los inquilinos ventajosas opciones de compra.

            Garantizar el constitucional derecho a la vivienda mediante la vivienda pública de alquiler es una solución real si hay voluntad o utópica, si, como hoy, no la hay. Sería sin duda un avance en el socialismo si empezáramos a eliminar la propiedad privada en un bien esencial para la vida... Pero nada, ¡vamos a hacer otra biopsia!, ¡A ver si es lupus!



(*) Que los queridos lectores se indignen cuando sepan que el casero que se forra alquilando viviendas a chavales con recursos paga cero impuestos porque esas rentas están exentas al 100% (gracias ZP) y que si las alquila a los demás tiene exento el 60% de lo que percibe (más gracias ZP, sobretodo a partir de 2.011, cuando lo subiste del 50 al 60%, a la vez que te cargabas el cheque-bebé). Recordadlo cuando miréis lo que os retienen en la nómina o lo que pagáis en el IRPF, ahora que estamos en campaña.

lunes, 7 de mayo de 2012

Duty free II


            Vamos con la educación y sus dichosas “tasas universitarias” (que, en realidad, son “precios públicos”). En todas las casas decimos a nuestros "guajes" “estudia si quieres ser algo en la vida” y, desde Pinocchio hasta hoy sabemos que el que estudia se hace un hombre de provecho y el que no, acaba de burrito en las minas de sal, explotadas por algún secuaz de la CEOE. El neoliberal ve en este prejuicio “petroleo” para vendernos la idea de que, puesto que el beneficiario de la educación es el alumno, que sea él (o sus papás) los que sufraguen el coste.

        Hagamos de nuevo el análisis que proponía en el capítulo anterior. El primer beneficiario de una persona formada, instruida o “empleable” (el concepto de educación murió con Bolonia) es el empleador: no es lo mismo contar con arados de bueyes que con tractores, ni da igual comprar ábacos que ordenadores. El tipo de empresa, su productividad y la capacidad de competir variará enormemente si sólo tengo disponible mano de obra analfabeta, que si tengo a mi disposición universitarios. En el capitalismo las personas son máquinas, llamadas “task force” o recursos humanos: a mejores máquinas mayor y mejor producción que es de lo que se trata: producir, producir, producir... hasta llenar el mundo de productos que nadie puede comprar.

           El empleador, además, se beneficia de tener esas máquinas humanas “a pie de obra”: si tuviera que ir a buscarlas más lejos, el factor humano le costaría más, perdería tiempo en encontrarlas y cualquier reemplazo sería muy gravoso de la misma forma que cuando se nos estropea el router y hay que mandarlo a reparar a Corea o traer la pieza desde allí (en cualquier caso son seis meses de espera y pagar los portes). 

           El segundo beneficiario es el estudiante, es obvio. Mediante la formación asciende (o ascendía en tiempos más románticos) en la escalera social para ocupar puestos “con mejores vistas”, es decir, sobre las cabezas de otros más tontos (culpa de ellos) o con menos oportunidades (también culpa de ellos). Cuanto más “empleable” sea más dinero ganará y más pronto se desentenderá de que si ha llegado ahí ha sido por el esfuerzo solidario de los demás miembros de la sociedad y creerá que ha sido exclusivamente por méritos propios. Es increíble la cantidad de médicos, Abogados del Estado, Ingenieros, Notarios... que piensan que todo lo que han conseguido se debe sólo a su esfuerzo personal, y creen que, naciendo en Somalia, o en una chabola ocupada por una familia de inmigrantes ilegales, hubieran llegado al mismo sitio dónde están ahora.

          El tercer beneficiario es, efectivamente, la sociedad: para su armónico funcionamiento para rebajar el nivel de ruido y reyertas, así como para evitar las intoxicaciones por gases en las piscinas, se precisa contar con el menor número de “canis” y “chonis” posible: esto es tan importante, se genera un beneficio social de tal orden que los países civilizados han entendido que debe existir unos niveles de educación obligatoria y gratuita, que van desde los dos o tres años que propone "Espeonza Aguirre", hasta los 80 o 90 que serían precisos para desidiotizar a algunos elementos especialmente contumaces. Cuestión distinta y peliaguda es decidir si la educación gratuita además de “deschonificar” tiene que acabar haciendo a “to'quisqui” universitario, entre otras cosas porque no tenemos puestos de trabajo universitarios para todos los españoles. Pero esto es otra cuestión que tendremos que abordar en su momento.

              Llega la hora de pagar por lo que no es gratis. Con lo que hemos visto ¿cómo lo hacemos? Parece sencillo si separamos la educación básica de la “otra”: la primera la pagamos entre todos, cueste lo que cueste (vía impuestos), la segunda... ¡También! Las empresas ganan MÁS teniendo empleados más formados, pues que tributen MÁS por sus beneficios (o que paguen un impuesto especial para contribuir al sistema educativo); los trabajadores con estudios ganan MÁS debido a su formación, pues que tributen MÁS por su retribución (I.R.P.F.(*)). 

          Sólo queda discutir, en este segundo caso, si la financiación la hacemos por un mecanismo de solidaridad intergeneracional o no; me explico: si lo hacemos así, los trabajadores cualificados de hoy pagan, con sus impuestos, la formación de los de mañana, si no aceptamos la solidaridad entre generaciones, prestaremos hoy a los estudiantes el dinero que necesitan para la formación y que tendrán que devolver a la sociedad el día de mañana. Este segundo sistema parece más costoso e ineficiente, pero, visto el aire neoliberal que corre, recomiendo a los lectores que recalifiquen la propina que les dan a sus hijos como préstamo, anoten las cantidades en una libreta y, al cabo de treinta años, les presenten la cuenta con intereses.


(*) Y si, finalmente, se van a trabajar a Alemania y pagan sus impuestos allí, habrá que pasar la cuenta de su formación a Merkel.

domingo, 6 de mayo de 2012

Duty Free I


           “Cree el ladrón que todos son de su condición”: eso es lo que le pasa al neoliberal cuándo quiere hacer creer que “progres”, “rojos”, “yayoflautas” y demás especies piensan que “todo es gratis”. Nada más lejos de la realidad, en todo caso, los grandes devoradores de la “sopa boba” son ellos, los neoliberales, acostumbrados a “emprender” con las empresas y capitales heredados de sus padres, a base de subvenciones y contratas públicas, en mercados “cautivos y desarmados” como el celtibérico (así, cuando salen fuera, son la mofa y befa de sus hermanos capitalistas mayores, sardinas entre tiburones). Crean incluso gilipollescos blogs como el “nadaesgratis” y similares, para irnos metiendo en la cabeza que los recortes sociales son, en realidad, el justo precio de los servicios que recibimos y que, como niños en un puesto de “chuches” (que diría Mariano), se nos antojan continuamente como si no costaran nada.

           Mienten y mienten a sabiendas. Llevo cuatro años explicando a los alumnos (y a quién me quiera oír) que aquí, efectivamente, “nada es gratis”, la cuestión es QUIÉN TIENE QUE PAGAR. Nada de pensar que las cosas no tienen coste, que caen del cielo, o que surgen de la nada: los servicios públicos, las prestaciones sociales... cuestan dinero.

           Y aquí, al llegar al nudo gordiano de la cuestión, el neoliberalismo rampante aporta su solución: los servicios públicos, como los demás bienes, los tiene que pagar el usuario, el que los usa, los disfruta o los padece (según su calidad): y ahí el pobre ciudadano, acostumbrado a pagar la luz, el agua, el teléfono, el canal+, claudica y entiende, como lo más justo, que también deba pagar por la Sanidad, la Educación, la policía, los bomberos, la autovía, el metro... De esta perversa idea extraen su corolario: si los servicios los deben pagar los usuarios, no deben ser deficitarios: si los ingresos no alcanzan a cubrir los gastos de un servicio público, lo que hay que hacer es subir los precios que paga el usuario (billete de metro, tasa universitaria, peaje, copago...).

             Nada más lejos de la realidad: la idea de pagar por lo recibido es injusta y regresiva (o puede serlo): de la misma forma que los bebés no pagan sus “dodotis” (aunque cuestan dinero y bien que los usan) no se debe hacer un silogismo entre coste de servicio y pago por el usuario. Desgraciadamente son muchos años de pensamiento único y de gobierno PPSOE incidiendo en la idea de que se pagan impuestos por los servicios que se reciben para que ahora, en dos minutos, la gente se caiga del caballo y se dé cuenta de que impuestos (y contribuciones y tasas y precios públicos y privados) y servicios no tienen por qué ir unidos: se pagan impuestos por lo que se tiene o gana (capacidad económica) y se recibe por lo que se necesita (prestaciones sociales). Quizá, en su origen, la culpa de todo la tenga Radio Futura y aquella cancioncilla que decía “Yo pago MIS impuestos/ y tu eres MI enfermera de noche”: de esos polvos (nunca mejor dicho), estos lodos.

              A la idea neoliberal de pago por uso, e ingresos y costes equilibrados hay que oponer un análisis coste-beneficio que, en primer lugar incorpore los costes y beneficios sociales además de los puramente monetarios, a continuación indique quiénes son los verdaderos beneficiarios de un servicio público (y no los aparentes) y, finalmente, discuta si esos verdaderos beneficiarios deben o no afrontar el coste (y en qué cuantía) del servicio.

           A propósito he descartado el viejo truco neoliberal de centrar el debate en el coste monetario del servicio, para, como ellos hacen, añadir enseguida lo “insostenible” que resulta: la falacia consiste en desviar la atención al hecho de que los servicios sociales son una cuestión “de reparto”, de a qué destinamos los beneficios de la actividad económica, por lo que nada “es caro o barato” ni “lo podemos o no pagar”: todo se puede pagar mediante la redistribución vía impuestos, destinando más cantidad de beneficios (en los bolsillos de los que más tienen) a pagar esos servicios. Esto lo veremos muy claramente cuando analice el sistema de pensiones, pero resulta evidente con un ejemplo: cinco amigos podremos ir a comer todos los días del año a Arzak, aunque cuatro de ellos sean “ceroeuristas”, siempre que el quinto sea, por ejemplo, Adolfo Domínguez: sólo es cuestión de que sea éste último el que pague la factura, de grado o por la fuerza: por la fuerza de un sistema coactivo (el Estado) que imponga la redistribución,

        En la serie de post que iré publicando sucesivamente los siguientes días, y, a modo de argumentario antineoliberal, realizaré este análisis para los siguientes servicios públicos: el metro, la educación, las autovías, la Sanidad y las pensiones, por ser los temas más candentes. Se admiten sugerencias para incorporar más elementos a la serie.

      Empiezo por el metro (y en general el transporte público), como aperitivo, porque es un tema que ya se ha tratado en este blog: en apariencia el beneficiario del metro es el usuario, y en la visión neoliberal así es. Pero lo cierto es que el primer y mayor beneficiario del metro (y del transporte público) es aquella persona que tiene propiedades cerca de una estación de metro (parada de autobús, estación de tren...) porque su propiedad se revaloriza enormemente, lo que le supone, o bien mayor ganancia patrimonial si la vende, o aumento de sus rentas, si la alquila.

     El segundo mayor beneficiario del metro es el empresario/empleador que consigue, tener, a pie de fábrica a sus obreros (“blue or white collars, of course”) de una forma barata y eficaz. Si no existiera el transporte colectivo, tendría que pagar más a los trabajadores, construir aparcamientos en la empresa, fletar autobuses o habilitar vehículos para el transporte de ganado (la opción favorita del empresario español)... Todo eso el empleador se lo ahorra.

       Finalmente está también, obviamente, el usuario: y entre estos, podremos también distinguir entre aquellos que no les queda más remedio que usar el metro (para trabajar, para llevar a los niños al colegio, para ir al médico...) de aquellos otros que lo utilizan esporádicamente, bien porque van de turismo, bien porque, acostumbrados a viajar en taxi, les resulta una experiencia exótica y les es de utilidad para, en las entrevistas que les hacen, poder darse un toque “proletario”.

       A partir de aquí, podemos aplicar un reparto de costes, en el que la parte del león la sufraguen propietarios y empresarios, y que el usuario por obligación pague (vía abono mensual) la menor parte posible... ¡Tal y cómo se viene haciendo en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao...!¿Verdad?