"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

martes, 30 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma IX

IX.- Bisolgrip

        ¿Y si todo esto falla? Todavía contamos con Superman. Como saben bien mis lectores, sostengo que el mundo se divide en dos tipos de gente: los que “tienen” dinero (en el bolso o lo han prestado) y los que “deben” dinero: los primeros son los que, actualmente, dominan el mundo.

        Los que tienen dinero controlan los poderes políticos y también los económicos, entre ellos los bancos centrales y no van a permitir que el dinero pierda valor de ninguna de las maneras. Por ello mismo, actualmente, todas la políticas giran en torno a evitar el peligro de un “repunte inflacionista” aunque no se vea ninguno por el horizonte: aparentemente nos dirán que sus políticas económicas van encaminadas a la recuperación, pero realmente están “a lo otro”.
          Entonces, si no hay riesgo de hiperinflación: ¿por qué nos asustan?,¿quién lo hace?
          Qui prodest? es la pregunta que nos deberíamos plantear para contestar a esas otras preguntas: ¿a quién beneficia meter miedo?¿a quién beneficia asustar a la gente con una gripe? A los que venden vacunas contra la gripe.
          Pues sí: al igual que sucedió con la “fiebre del pollo” o con la “gripe del gocho” (hábilmente mutada en este país, y sólo en este país, para proteger esa rama de la industria alimentaria, de la que somos punteros) el asustador nos quiere vender algo: en este caso lo que se nos quiere vender son más medidas neoliberales: reducción del tamaño del Sector Público hasta poderlo ahogar en una bañera.
             Lo hacen por dos razones: en primer lugar porque quieren quedarse con la parte del negocio “de lo público” y, al igual que la mafia, actúa “limpiando” barrios de competidores, antes de que caigan bajo su influencia. En segundo lugar, como he advertido en otros posts, porque son “los amos del dinero”, los que en estos momentos tienen los bolsos llenos, sin saber que hacer con esa pasta o, ¡ay! Lo tienen prestado: en cualquier caso lo que menos desean en este mundo es que el dinero empiece a perder valor, por lo menos hasta que no hayan encontrado una “mercancía alternativa” en la que colocarlo o hasta que los deudores se lo hayan devuelto.
          La vacuna son los “recetazos” que nos aplican para la zona euro desde la Unión Europea, y en concreto, desde el Banco Central (repasad la mención que se hizo al principio de la serie sobre su “independencia” y “a qué intereses sirven” los bancos centrales): políticas fiscales(*) restricitivas y políticas monetarias “teóricamente” expansivas (tipos de interés “aparentemente” bajos) pero, en la práctica también restrictivas porque no se crea dinero “ni a tiros”, porque, como hemos vistos en la serie, no se presta, no se compra, no se vende, “no se mueve una hoja”.
          Y en los “iuesei”: ¡misterio a la orden! En aparencia sus políticas fiscales son más expansivas que las de la vieja Europa, sin pasarse demasiado, o, por lo menos lo fueron hasta las legislativas de noviembre. Su política monetaria estos días parece convulsionada por la decisión de cambiar billetes por bonos ("monetarizar la deuda"),  sobre cuyos efectos nadie se pone de acuerdo, y sobre lo que habrá que escribir una secuela...(**)
           Pero, en cualquier caso, el enfermo parece lo bastante muerto como para no sufrir fiebres inflacionistas. El tiempo me dirá si tengo o no razón, pero como veremos en el epílogo (siguiente y último capítulo de este post), lo mejor que nos puede pasar es que la tenga. Por si acaso llevo esperando varios domingos a ver si “Nostrapacus” anuncia el inicio de un proceso hiperinflacionista para poder quedar tranquilo.

           (*) Política fiscal no tiene que ver directamente con los impuestos, tiene que ver con el ingreso y gasto público. Quizá sería más apropiado hablar de “política presupuestaria” y no “política fiscal”, pero el anglosajón manda. Una política fiscal restrictiva quiere decir contraer el tamaño del presupuesto (ingresos y gastos), no bajar los impuestos: ¿queda claro, Soraya?

          (**) Mientras el ala dura de los republicanos reclama un dólar fuerte: ¿quién ganará en la lucha?

lunes, 29 de noviembre de 2010

Er derbi

         Las dos ideas sobre los que se asienta el análisis económico de Marx, son, por un lado afirmar que la tasa de ganancia del capital es decreciente y por el otro señalar la acumulación creciente del capital (*). Son las dos caras de una misma moneda puesto que, si la tasa de ganancia del capital es decreciente sólo queda “estrujar” más al trabajador, apropiándose de mayor cantidad de plusvalía, o bien aumentar la cantidad de capital para que, aunque porcentualmente la ganancia sea menor, en términos absolutos se mantenga. 

         A lo largo de la Historia el capital siempre ha utilizado las dos, pero lo cierto es que el capital se acumula cada vez más “en mayores dosis y en menos manos”.
          Dentro de un par de horas se reeditará la versión del “partido del siglo” que se repite dos veces al año. El mogollón de puntos que separa a los dos primeros clasificados del resto de la tabla parece suficiente demostración de que el capital se concentra en cada vez menos manos(**), dejando sin opciones (más que las de cerrar e incorporarse al mundo del proletariado) al resto de los equipos...
          Y eso porque el fútbol es un juego en el que se precisan dos escuadras: si no fuera así con un sólo equipo de “elite” tendríamos suficiente: ¿Madrid o Barça?

          (*) Es la opinión de todos los economistas clásicos, Marx lo que hace es “ponerla en valor”, una forma fina de llamar al “plagio descarado”.
          (**) Si se mira la serie histórica de trofeos ganados, los resultados están todavía más claros.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Anatomía de Grey

         En los primeros días de clase y tras explicar el modelo de economía eficiente que “supone” la economía de mercado, pregunté a los alumnos cuántos de ellos creían que los medios de producción no deberían estar en manos privadas, sino en manos públicas: sólo dos alumnas, de una clase con unos sesenta alumnos presentes, levantaron la mano en señal de acuerdo con la propiedad pública de los medios de producción.

           Esto demuestra el minoritario apoyo que la sociedad burguesa occidental presta al socialismo, pues precisamente en eso consiste el socialismo: no en votar a ZP o al PSOE cada cuatro años, sino en pretender que los medios de producción sean “socializados”, esto es que desaparezca la propiedad privada en la titularidad de esos medios y que sea reemplazada por una titularidad de toda la sociedad sobre los mismos.
           Si en un programa del tipo “tengo una pregunta para usted” un ciudadano preguntara a nuestro Presidente (O a Carme, o a Elena, o a Trini, o a Alfredo, o a Miguel...) que es “para él” ser socialista, seguramente contestaría que “para él” ser socialista es creer en la democracia, en España, en la selección de fútbol, en la paz, en el entendimiento, el progreso, el respeto a los demás, al medio ambiente, a los pajaritos, en la convivencia, “tralará, tralarito”... pero no les arrancaríamos la única respuesta que define a alguien como socialista: que cree y persigue lograr una economía en la que los medios de producción sean públicos. Con esto se demuestra que toda esta gente hace mucho tiempo que dejó de ser socialista, para pasar a ser otra cosa (¿qué cosa? Está por descubrir).
           Se me dirá, justificando su deserción, que no hacen otra cosa que representar a la sociedad, una sociedad que, como en mi clase, apenas cuenta con un 2 o 3% de “verdaderos” socialistas “teóricos” (no voy a escarbar más en la “práctica” no sea que me quede sin ninguno).
          Pero no está perdido: las conciencias y las voluntades de las personas y de las sociedades (que son algo más que la suma de sus individuos) cambian, y lo hacen por tres vías: por los ojos, por el corazón y por el culo:
           Por los ojos porque mediáticamente se consigue que las personas piensen de una determinada manera y actúen como tales. El problema que tenemos los socialistas es que no contamos con un aparato mediático capaz de transformar las mentes de los ciudadanos: es muy caro y por eso mismo está en las manos de los poderosos. Por aquí poco podemos hacer.
           Por el corazón, porque cerca de este órgano se pone la cartera. Y ahí sí que nos duele. Mientras hay “alfalfa” nadie se cuestiona nada: pero cuando falta el “forraje” nos volvemos todos más críticos. El día que la gente vea que vive peor que hace unos años, o que sus hijos jamás van a poder alcanzar el bienestar de sus padres (ni irse a Cancún de luna de miel), entonces las cañas se volverán lanzas y se cuestionará todo: ese “todo” incluye el sistema económico, el reparto de la riqueza y el concepto de propiedad privada, especialmente si ese empobrecimiento de la mayoría de la sociedad lleva aparejado el enriquecimiento aún más de una minoría que ya hoy nada en la abundancia.
         Por el culo, porque, muchas veces un ligero pinchazo en esa parte, obra maravillas en el cambio de voluntades. A lo mejor es lo que la sociedad necesita: “un pellizquito para echar a volar”.
           Y puestos a hablar de objetos punzantes con los que incentivar, por la retaguardia, el cambio de mentalidad de las masas, conviene recordar, una vez más, (en este blog no es la primera vez que aparece) la famosa máxima de Bonaparte: “la revolución es una opinión que ha descubierto las bayonetas”.

martes, 23 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma VIII

VIII.- Cosas de casa.

          Los chinos, como todo bicho viviente en este sistema capitalista, colocan su dinero donde les reporte mayor beneficio: parece claro que en primer lugar ese sitio son sus propias empresas, visto como vemos su despegue económico. Pero cuando ya no hay sitio para colocarlo allí, el segundo mejor lugar parece ser en papeles que te devuelven lo puesto más un interés dentro de un tiempo. Esto es ideal porque no habiendo ahora “hueco” en el mejor destino, en el futuro puede haberlo, aporta seguridad y además retribución. 

          La deuda pública norteamericana es el mejor destino porque, denominada en dólares, evita los costes de transacción ya que, si recordamos, lo que tienen los chinos entre manos son dólares. Si todo va como hasta ahora (crecimiento de la economía china) cuando esta deuda vence, ese dinero “no se necesita” en el sentido de que los “huecos” que se han abierto en el mejor lugar para colocar el capital ya han sido, de nuevo, cubiertos con el propio capital acumulado desde que se compró la deuda. Como no se necesita, se vuelve a comprar deuda para esperar “a que ese dinero haga falta” ¿Hará falta alguna vez?.

           El caso recuerda el de las ancianitas, jubilados, funcionarios... que invirtieron sus ahorros en el negocio filatélico: lo que invertían (a altas pero no excesivas rentabilidades) era su “sobrante”, algo que no necesitaban hoy pero que algún día “por si acaso” convenía tener. Ese “por si acaso” nunca llegaba por lo que eran fáciles de convencer para que renovaran el dinero depositado en esas entidades e, incluso lo aumentaran con nuevas aportaciones. Lo que es claro es que ese dinero “no lo necesitaban”, es decir “no sabían darle mejor empleo” y, en este caso lo confiaron a una panda de sinvergüenzas, exactamente igual que los chinos, con la diferencia de que estos “otros” sinvergüenzas tienen portaaviones(*). Conviene también recordar que el “crack” de Fórum/Afinsa, no se debió a que, de repente, la gente necesitara el dinero (sería curioso ver lo que hubiera sucedido ahora, en épocas de crisis) sino a la intervención preventiva (“ma non troppo”) del Estado.


           Si los escenarios económicos sitúan el crecimiento de la economía china durante al menos hasta la mitad de este siglo, está claro que el problema no es tan inminente.


          El segundo miedo, el de una acción maquiavélica (no económica) para soltar deuda o dinero americano y hundir el mundo tampoco parece posible. Estamos acostumbrados a ver en las películas gente que comprando y vendiendo manipula los precios y consigue un beneficio. Si damos por sentado que Fumanchú actuando así debería obtener un beneficio(**) deberíamos repasar las diferencias entre el especulador (el de las películas) y el acaparador (más real).


La base para obtener beneficios en un proceso especulativo consiste en colocarse siempre en la posición adecuada en “la fila de la caja del Carrefour”: si jugamos a que los bienes (por ejemplo acciones) suban de valor, nos ponemos los primeros y compramos cuando todavía no han subido; y vendemos también los primeros, cuando todavía no se han caído. Si jugamos a que bajan, nos ponemos los primeros a la hora de vender (cuando todavía no han caído de precio) y los primeros a la hora de comprar, cuando todavía no han subido.


          Lo que interesa destacar es que un especulador necesita a otras personas en la cola, pues sus beneficios están fraguados con las pérdidas de los demás sujetos de la fila que o bien vendieron tarde o compraron pronto, o vendieron pronto o compraron tarde...


          Pero un acaparador no funciona así: un acaparador compra todo el producto (o su mayor parte) y genera una situación de escasez, para ir dando salida al producto “poco a poco” porque si no lo hiciera así no obtendría beneficios. Esa es precisamente la posición de China, la de acaparador (no especulador) de billetes y bonos de los “yuesei” y por eso mismo no puede soltar ahora de golpe toda su mercancía (como si lo haría el especulador) porque se arruinaría.


           Realmente no hay que dar tantas vueltas para darse cuenta de que China no puede ser un causante “financiero” (recalco, otra cosa es su hambre de recursos) de una hiperinflación jugando con sus bonos y billetes de dólar: puesto que en otros posts hemos visto que la inflación perjudica al acreedor y beneficia al deudor: pues gracias a ella al primero se le debe menos dinero, o se le debe un dinero que vale menos, mientras que el segundo tiene que pagar con un dinero que también vale menos y siendo China el primer acreedor de los Estados Unidos, es suicida que juegue una baza que le perjudica.

         De hecho esa es la tesis del artículo de Dean Baker (economista y codirector del Center for Economic and Policy Research de Washington) publicado por “Le Monde Diplomatic” en su número del pasado mayo: “¿Y si China deja de comprar dólares?", único artículo sobre el “tema chino” citado en este post, para no aburrir al personal.



(**) Pero estos sinvergüenzas sí que saben gastar ese dinero: el problema es que ese dinero ya lo gastaron hace tiempo, por ejemplo en la Guerra de Iraq (vid. Stiglitz, J. La Guerra de los tres billones de dólares. Taurus. 2.008)

(*) Al igual que el personaje de Talleyrand en la obra teatral “La cena” le dice a su antaño enemigo, Fouchè: “Ganemos batallas, perdamos batallas, pero ganemos siempre dinero”.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Epitafios

          He estado pensando en sustituir la cabecera de este blog, la frase de Karl Marx “El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía”, por la siguiente: “El gobierno civil, en tanto esté instituido para la protección de la propiedad, en realidad está instituido para la defensa de los ricos contra los pobres

           El autor de esa frase es anterior, en varias generaciones, a Marx, lo que demuestra que ni siquiera en esto era original: el marxismo no es otra cosa es el devenir racional y coherente del pensamiento económico (otra cosa es que, muchas de sus aportaciones estén hoy día plenamente vigentes). Por cierto el autor de esta segunda frase es.... ¡Adam Smith, naturalmente! ¡Qué dorada época en la que los autores escribían al dictado de su propia conciencia y no al servicio de los intereses de una ideología o de un poder económico!
       Por cierto, si buscamos un epigrama histórico para defender la redistribución de la riqueza, ¿Qué tal ésta?: “La riqueza es como el estiércol; sólo es buena si está esparcida”. ¡Dios salve al consejero de Jacobo I!

lunes, 15 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma VII


VII.- Las novias de Fumanchú

          Si los “chinos” compran deuda, con lo cual están financiando los déficits (públicos y privados) de los demás: ¿Quién no te dice que mañana dejen de hacerlo (o amenacen con ello) y hundan nuestro sistema económico?

          Si los “chinos” tienen “mogollón” de dólares acumulados en los sótanos de su Banco Estatal: ¿Quién les quita para que mañana suelten todos esos dólares, inunden el mercado de dinero con ellos y generen un proceso inflacionista de “cágate lorito”?
          Estos son nuestros dos grandes miedos. Para explicar por qué no pasará ninguna de estas dos cosas recurriré a dos figuras comprensibles para cualquiera: el caso “afinsa/fórum filatélico” por un lado y el caso “de las colas del carrefour” por el otro. Con tan peregrinas herramientas vamos a analizar estos dos miedos.
          Miedo a dejar de comprar deuda: la deuda que compran los chinos es básicamente deuda pública norteamericana, porque es la que les resulta más interesante no sólo en cuanto a tipos de interés sino también por la moneda empleada. Esta compra es la que preocupa a los autores del “sindrome de china” en términos de inflación, asociados a “movimientos” monetarios (*). Esta preocupación es doble: por un lado si dejan de comprar deuda pública “yanki”, al Tesoro de Estados Unidos no le quedará más remedio que o reducir sus necesidades de endeudamiento, o, lo que es más probable, buscarse otros compradores de deuda, para lo que tendrá que “mejorar las condiciones de su deuda”, algo que se consigue aumentando su interés. Con esto “robará” clientes a otros títulos de deuda (privados pero también públicos de otros Estados), lo que obligará a estos últimos a “mejorar” a su vez sus condiciones en una espiral de subida de los tipos de interés de consecuencias imprevisibles. En ese escenario el malévolo chino con una sonrisa, retuerce su bigote con sus largas uñas.
          Miedo a vender la deuda que tienen en sus manos: La primera consecuencia deriva de que bien he dicho “vender”, no regalar, lo que implica recibir algo a cambio: si lo que se recibe son bienes (**), esta deuda se ha convertido en “dinero financiero” y como resultado, al menos durante un tiempo convivirán en la masa monetaria los dólares que los chinos pagaron para comprar la deuda y esos mismos títulos de deuda que se utilizaron como medio de pago de los bienes que se recibieron a cambio de la deuda. Si lo que se recibe a cambio son “billetes verdes” y éstos se almacenan en las catacumbas del Banco Central Chino, la masa monetaria se mantiene aún cuando en el mercado los billetes escasearán (“dinero legal” o “dinero monetario” como lo hemos llamado) y los títulos de Deuda Pública abundarán (“dinero financiero”) lo que es un problema porque para las transacciones comerciales éste no es un sustitutivo perfecto de aquél.

          Finalmente hay que recordar que lo primero que pasa cuando al mercado llegan muchas fresas es que el precio de las fresas baja (hace unos cuatro años incluso te las regalaban a la salida del supermercado): cuando de pronto llega mucha deuda pública norteamericana al mercado, éste se inunda de esos papeles y bajan de precio. Para conseguir que vuelva a subir se necesita que alguien la “elimine” del mercado: que la compre y la destruya: ¿quién va a hacer esto? La Reserva Federal; ¿cómo lo va a hacer? Cambiando sus dólares por deuda. ¿Y si no tiene dólares? Tendrá que darle a la máquina de hacer billetes. ¿Qué pasará entonces? Que nos inundaremos de dólares con los efectos inflacionistas fáciles de advertir, mientras el perverso chino sonríe, echando volutas de humo mientras fuma un cigarrillo enganchado a una larga, larga pitillera.

          El segundo miedo es que “abran las compuertas” donde almacenan sus dólares e inunden el mercado. Los efectos son parecidos a los del caso anterior con algún atajo: si con ese dinero (que no regalan, repito) compran cosas, habrá más dinero y menos cosas (inflación); si compran deuda habrá menos deuda en el mercado y más dinero, y, en cualquier caso mucho billete por el mundo y pérdida de capacidad de compra de ese billete, que es la otra cara que siempre hemos visto de la inflación. En todos estos casos no hace falta que la Reserva Federal saque sus dólares de sus cajas fuertes o le de a la máquina de imprimir dinero porque ya lo han hecho los chinos por ellos.
          Dicho esto ¿el miedo es real? Lo veremos después de la publicidad.



          (*) Los otros, el que compren el local de la esquina o la fábrica de quesos del pueblo no les preocupa.

         (**) Aunque no se intercambien inmediatamente los unos por los otros Habrá un proceso Deuda-billetes-bienes, aunque esos billetes no se lleguen a ver físicamente (se compensen mediante anotaciones en cuenta)

viernes, 12 de noviembre de 2010

Temple Bar

          Viajé a Irlanda, hace unos cinco años, en plena ebullición económica. El avión tuvo que hacer una "parada técnica" en el aeropuerto de Manchester debido a que, por congestión del aeropuerto de Dublín, había permanecido mucho tiempo dando vueltas "en espera" y no tenía combustible. Cuando finalmente llegamos al aeropuerto de destino ví, desde la ventanilla, como se "aparcaba" el avión "a mano", dirigido por un tío en chándal. Advierto que viajaba con Iberia: si hubiera sido con Ryanair seguramente lo hubieran "aparcado" a patadas.

           La visión de Dublín fue decepcionante: a la tradicional dejadez y sensación de suciedad de las gentes y locales "del norte" (frente a lo que nos pretenden hacer creer), además vi (en plena época del "milagro irlandés" repito) mendigos pidiendo a las puertas de los supermercados: chavales jóvenes, con el pelo rapado, y, esto es importante, de piel blanca. Las cosas funcionaban "regulín regulán": no había autopistas, las carreteras eran "cutres de narices", y un trayecto de cuarenta kilómetros bien podría llevarte fácilmente más de una hora.

           En una especie de "mezcla de metro y cercanías" que tenían estaban empezando a poner tornos que, por supuesto, todavía no funcionaban; los trenes, es obvio decirlo, salían y llegaban cuando les daba la gana. Los pubs se pasaban las normas "por el forro" y, a diferencia de los ingleses, podías entrar tranquilamente con un niño de seis años: con lo único que parecían algo estrictos era con el tabaco.

         Tampoco era el proverbial pueblo simpático que sale en las películas: obras aquí y allá que parecían no avanzar ni terminarse nunca, de día y noche borrachos tirados por la calle (y no sólo en Temple Bar); en el Trinity jóvenes holgazaneando, como es propio de todas las Universidades del mundo; de noche las calles iluminadas insuficientemente; en algunos casos (en los soportales del edificio del Banco de Irlanda) iluminadas con velas: las de una vigilia en apoyo a De Juana, por entonces, "echao", en huelga de hambre. La Irlanda rural era todavía más deprimente; sobretodo si ibas un domingo: gente de casa a misa y de misa a casa en "galochas" o como quiera que se llamen allí; siendo "el Día del Señor" te las veías y te las deseabas para poder encontrar un sitio donde comer...

          Mi impresión de ese país era que su grado de desarrollo humano estaba próximo a la "Galicia profunda" y a la mayor parte de Portugal (Santiago, Coruña, Aveiro o Lisboa están más desarrollados), y que, al final, Dublín sólo valía para largar a los chavales un año en un Erasmus a que se lo pasen bien y le den a la lengua. Por cierto, a la vuelta el avión salió con cuatro horas de retraso.

          Siempre me sorprendió que ese país fuera el modelo de desarrollo de la globalización: las impresionantes cifras del "dieconomist" o del "fainancial" no se dejaban ver en mejoras materiales por ningún lado. Recuerdo que incluso en un seminario de fiscalidad internacional comenté ese "gap" entre lo publicado y lo real, con escepticismo y desaprobación general (y, ¡ay!, ministerial): será que vamos a hoteles distintos, pensé.

          Ahora se ve que ese desarrollo (basado en el "dumping" fiscal por cierto) era artificial; es un paso: para mí no era artificial, era inexistente... Excepto, seguramente para unos pocos... pero, por lo que vi, indudablemente ni siquiera vivían allí.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Patito feo

          “La empresa privada es más eficiente que la pública”, el mantra que repiten continuamente “los del pensamiento único” a través de sus medios de comunicación (que son todos) y desde todos los púlpitos y cátedras del mundo mundial.

           La realidad es otra. La empresa privada, como la chicas del cole en la edad del pavo “se creen las más guays”: “Aquí mandan las divinas” simplemente porque nadie se atreve a decirlas nada, y pobre de la que “les cante cuatro verdades”: queda “desajuntada” de todos los “tuentis”, “mesenyers” y “feisbuks” que en el mundo han sido.
            Por eso mismo la gente no critica a las empresas privadas y sí a “lo público”: porque criticando a las primeras no va a cambiar nada (y, si acaso, te caerá “una manita de hostias”), mientras que criticar a las segundas sí (repito sí) supone un cambio en sus conductas.
           Como todo en este post, la idea está plagiada de quién sabe más que yo:

         “En efecto, podríamos observar entre paréntesis que la opinión corrientemente expresada por el mundo de los negocios de que es más probable que un servicio público pase por alto al consumidor parece ser justamente lo contrario de la verdad. El verdadero peligro es que sea demasiado flexible y sacrifique los intereses permanentes del servicio a la demanda de un abaratamiento inmediato. La protesta instantánea contra la “ineficacia” el “desperdicio” y la “tiranía burocrática” con la que se recibe la propuesta de subir los precios hecha por cualquier servicio nacionalizado es en sí misma la mejor prueba de la protección del consumidor, que ofrece la propiedad pública. En la industria privada, los precios de la ropa, el calzado, la comida y docenas de otros bienes ha subido en más de un 160 por 100 entre 1.914 y 1.921, y nadie llegó más que a refunfuñar de vez en cuando. En cambio, la propuesta de Correos de subir las tarifas telefónicas, causó una ola de indignación en el mundo de los negocios. Como saben por propia experiencia los usuarios de los trenes suburbanos y metropolitanos, ciertas compañías de ferrocarriles venden habitualmente plazas inexistentes en vagones de tercera; y si, muy en contra de su voluntad, el desafortunado viajero pasa a un vagón de otra clase, se le cobra el exceso de tarifa de que la insuficiencia de sus medidas le ha hecho deudor. Si los ferrocarriles estuvieran nacionalizados, la Prensa resonaría con las protestas contra la incompetencia del Estado y la práctica censurable de los funcionarios. Como están en manos privadas no se oye ni un murmullo. La explicación es sencilla. La política de una empresa pública puede ser modificada por la crítica; la de un negocio privado, no. Se considera que la primera está actuando incorrectamente si presiona al consumidor; al segundo se le tendría a menudo por muy excéntrico si no lo hiciera”(*).

               Tawney dixit, y lo dijo ¡en 1.921! ¿Anticuado, Hank?, ¿ya no es así?: Cambiad trenes por banda ancha de tropecientos megas, o simplemente por tener luz en Cataluña, y contadme.
          ¿Os imagináis a Q. y a A. repitiendo visita, estas Navidades, a la sede de El Corte inglés, para que no derroche recursos energéticos en su cortilandia de los cojones?


(*)Tawney R.H. La Sociedad Adquisitiva. Edición castellana de Alianza Editorial. Madrid. 1972 (pp. 127-128)

martes, 9 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma VI

VI.- Una china en el zapato.

          Lo primero que hay que resaltar es que China no es más que otra “economía de mercado”: no es un Doctor No (en este caso Fumanchú) ni una única empresa estatal dirigida por una especie de Mao: su tejido económico es un conjunto de empresas, en un régimen parecido a la propiedad privada, por lo que “China” no actúa de forma distinta a cualquier agente económico del sistema capitalista: no tiene ningún interés en destruir el mundo, ni la raza blanca, ni imponer un régimen político... Trata de “vivir del chollo” igual que todos sus “compis” del mangoneo económico mundial.

          Dicho esto conviene destacar que sus empresas (más o menos privadas) están sometidas a un “dirigismo” estatal desconocido en occidente, por lo que, sin olvidar la esencia antes comentada, actúan de una forma mucho más uniforme y, si se quiere, más al dictado de Pekín, que sus homólogas en otros Estados (*), por lo que concebir esta pluralidad de sujetos como uno solo no es tanto disparate.
          Como bien sabemos, las empresas chinas venden más de lo que compran (¡vaya descubrimiento! esto lo hacen todas) y venden al exterior en su conjunto más de lo que compran (esto ya no lo podemos predicar de todo el mundo), bien sea porque tienen un mercado interior subdesarrollado o porque a los demás “nos ha hecho la boca un fraile”: el caso final es que, como resultado de su actividad comercial, obtienen un beneficio en forma de papel moneda, que de momento, como en las recetas vamos a reservar (sabiendo que está ahí).
            En sus compras y sus ventas las empresas chinas utilizan la moneda del imperio: el dólar. Algunos dicen que porque les da la gana: les conviene puesto que su mercado interior no es en dólares sino en su moneda local, lo que supone que los inputs que se localizan dentro del país y, en concreto, la mano de obra, se “compren” mucho más baratos y eso “mejore” el precio de venta del producto. Otros autores indican que “no les queda más remedio” toda vez que todas las transacciones internacionales deben realizarse en esa moneda, que es la única respaldada por la “sexta flota” (y por la cuarta y por la quinta...): esto por cierto sucede “aquí y en la China Popular” (**), aquí un poco menos gracias al euro, pero poco menos.
           Luego independientemente del resultado de su balanza comercial China necesita un “stock” de dólares para que su máquina de producción funcione: a medida que su máquina crezca este “stock” de dólares debe ser mayor de la misma forma que al aumentar el número de máquinas de una fábrica, aumenta la cantidad de aceite necesario para su engrase. Este creciente “stock” de dólares juega un papel “antiinflacionista” (es un dinero que desaparece del mercado por lo que el precio del dinero sube y el de las demás mercancías baja) relevante.

            En el otro platillo de la balanza deberíamos poner, claro está que una economía como la China en crecimiento, pelea por los recursos y los encarece, lo que supone un proceso inflacionista. De los dos efectos este último es, con seguridad mayor, pero nos remite a la causa de la inflación reseñada en los primeros capítulos (escasez de materias) que ya discutimos.
             Comprando y vendiendo en dólares el beneficio obtenido, que antes reservamos, lo es también en dólares. ¿qué hacen los chinos con esa acumulación de dólares? Pues lo mismo que los demás:
           Una parte de ellos se utilizan para remunerar factores: los factores internos se remuneran en la moneda local, por lo que antes hay que pasar por el Estado para convertir los dólares en yuangs. A partir de ahí los dólares quedan en manos del Gobierno Chino y empiezan las películas tipo James Bond que más adelante analizaremos.
            Otra parte se utiliza para aumentar la capacidad productiva, con las mismas consecuencias que en al caso anterior: si la máquina se compra al exterior se paga en dólares y punto. Si se adquieren terrenos o se encarga la construcción de una nave se paga en moneda local, previo paso por el Banco Estatal y listo.
             Y, finalmente, al resto se le busca algún otro tipo de “utilidad”: se puede salir a comprar empresas fuera de China, locales, terrenos... Pero, para lo que nos preocupa, lo más interesante es lo que sucede cuando chinos y Gobierno Chino mantienen lo que tienen en “dolares” o lo cambian por “dinero financiero” (deuda).
             ¿Por qué nos preocupa? Porque como pensamos en los chinos en términos de Fumanchú sospechamos que con estas dos armas pueden destruir la civilización occidental: ¿Cómo?. Lo veremos en el siguiente post.





          (*) Que también lo hacen, en una extraña simbiosis Gobiernos-Empresas, que como en la Santísima Trinidad (en este caso "Binidad") son dos personas distintas y, a la vez, una. De ahí que muchos autores no les guste el término “multinacional” sino que prefieren el de “transnacional”: estas empresas tienen un “homeland” y luego están extendidas por el resto del mundo, pero, resulta claro, tienen “patria” y todos los defectos que esto conlleva (bandera, fanatismo...)

            (**) Conviene acabar con la “pamema” de ciertos libros de texto, sobretodo en el ámbito contable, que dicen que al vender al exterior se cobra en la moneda del cliente y al comprar al exterior en la moneda propia o viceversa: al comprar y vender en el interior se usa nuestra moneda y al comprar o vender al exterior, se usa la moneda “universal”: el billete verde y, un poco el euro, cuyo éxito no viene como moneda de intercambio universal sino como moneda única de un mercado interior muy grande.
 

lunes, 8 de noviembre de 2010

State of Play




         Siempre que leo o veo las entrevistas que le hacen a este tipo, tengo la sensación de que lo que tengo delante del papel o de la pantalla es, sin duda un “Hombre de Estado”, pero tengo mis serias dudas de que también tenga delante a un “Buen Hombre” y mucho menos a un “Demócrata”. Después de todo no es mal resultado: al menos González saca un uno de tres; sus sucesores ni eso...

          Se dice que el sueño de la razón engendra monstruos, por lo que seguramente el sueño de la razón de estado engendrará criminales...

La Amenaza Fantasma V

V.- A empujones:

         Dos razones mueven los agitadores del fantasma de la hiperinflación, por lo que leo de sus artículos: las políticas expansivas de los gobiernos y el “síndrome de China”. Vamos con ellas:

        Políticas expansivas de los gobiernos: creen estos autores que en la situación actual las políticas expansivas de gasto público degenerarán en un aumento de la inflación. Por un lado piensan que, si Obama quiere pagar las obras y gastos que encargue, incluyendo su Sistema de Sanidad, tendrá que recurrir o a la máquina de hacer billetes (“dinero oficial” ) o al endeudamiento (“dinero comercial” o incluso “financiero”). Creen, además, que si el Estado compite con el sector privado por los recursos, estos saldrán a subasta y se los adjudicará el mejor postor, que, como no me canso de repetir, en la economía de mercado es el que más paga por ellos: por tanto subirán los precios de esos recursos y, por ende subirán los precios de todas las cosas, hasta la estratosfera.
           Con esas ideas (más o menos encubiertas) ya se ve lo bien que enseñan la “patita”. En el fondo les molesta la acción expansiva del estado que, más tarde o más temprano implicará una variación en la correlación de fuerzas, en favor de lo público. Parece difícil compensar, dando a la manivela de la máquina de hacer billetes tanto “dinero oficial”, como “dinero comercial o financiero” se ha destruido. Lo del efecto expulsión (“crowding out”) que se nos vende bajo una competencia entre lo público y lo privado por los recursos tampoco parece corresponder con el escenario económico que presenciamos, en el que vemos, como en las películas de un futuro apocalíptico, unos enormes desiertos donde la iniciativa privada ya desertó (nunca mejor dicho) y donde si tampoco llega la iniciativa pública, aquello no será más que arena, maleza y espinos.

          Hablar de expulsión de lo privado por lo público en los tiempos actuales es una ridiculez, máxime cuando existe un termómetro que mide, como la fiebre, un síntoma para saber si eso se produce: examinando los tipos de interés lo vemos claro: si realmente lo público y lo privado estuvieran compitiendo hoy por los recursos económicos, entre ellos el dinero, los tipos no estarían casi al 0%. Al cero están, porque, ni aún así se logra adivinar en qué se puede colocar el dinero, una vez cerradas las timbas, en plena “Ley seca” y a la espera de que se abran nuevos garitos. Si los tipos están al cero, es que el dinero sobra, pero que no se preocupe el lector porque no se lo van a regalar: antes de eso, harán como con las prendas de H&M: lo destruirán. Por eso no hay que preocuparse: jamás darán dinero a quién lo necesita, ahora ni siquiera lo prestan.
          Los del “síndrome de China”: estos ignoran muchas cosas sobre China, Estados Unidos, el papel del dólar como moneda de intercambio comercial y de refugio universal... Tantas cosas que habrá que realizar digresiones a mansalva. Vamos por ellas, no en vano, como Dickens, cobro por cuartillas escritas.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Heavy rain

         Apenas dos semanas después de tomar posesión el nuevo gobierno "neocon” ya empezamos a ver sus frutos. En los noticieros públicos de ayer, tanto en el "blanco" como en el "bueno", en lo que con Franco se llamaba "una información de servicio público", se pedía la colaboración de los ciudadanos para identificar al vándalo que, el pasado fin de semana, en “nosequé” ciudad del País Vasco, había osado quemar un cajero automático. Para ello se mostraban las imágenes grabadas del “vil acto” y, repito, se pedía a los ciudadanos que echaran una mano a las Fuerzas de Seguridad del Estado.

          En el Estado Español se producen, cada año, más de 4.000 ataques racistas, algunos, muy recientes, con consecuencias graves: jamás he visto a Ana, a Pepa, a Lorenzo, a Juan Vicente... requerir la colaboración ciudadana para identificar a los culpables.
         La finalidad del Derecho es proteger la propiedad privada (Adam Smith, dixit): es de las primeras cosas que enseño en clase. Luego echamos un ojo al Código Penal vigente: salvo en los delitos más graves (hasta ahí podríamos llegar) los delitos contra la propiedad (privada): robos, hurtos, etc, están más penados que los delitos contra las personas: lesiones, palizas, golpes... La afirmación del “padre del liberalismo” resulta tristemente cierta.
         Y mientras tanto, desde su flamante Vicepresidencia, Rubalcaba-Fouché, mueve los hilos...

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma IV

IV.- Dinero, dinero, dinero... y créditos.

           Las tres clases de dinero (oficial, comercial y financiero) cumplen el mismo papel y, desde ese punto de vista, son indistinguibles. Pero mientras el dinero legal se crea a través de la máquina de hacer billetes y se destruye mediante la trituradora, (en cualquier caso mediante un proceso perfectamente planificado de quién debería saber lo que se trae entre manos), los otros dos tipos de dinero se crean y destruyen mediante el complejo e ineficiente mecanismo de la dichosa mano invisible, que, al menos en el caso del dinero financiero aparece visible e identificada.

          El dinero comercial es o debería ser el reflejo de las operaciones comerciales que se llevan a cabo, porque no ha perdido el subyacente: si se compra algo y se deja a deber, para lo que se libra una letra de cambio que después acaba circulando, de acá para allá, hasta el momento del vencimiento, como si fuera dinero, parece claro que de no haberse producido la primera operación comercial ese dinero no habría nacido(*).

           Por esa misma regla hay que pensar que a medida que la actividad comercial es mayor se creará mayor cantidad de este tipo de dinero y que si las transacciones se contraen, este tipo de dinero se destruirá: va acompasado con la actividad económica y por ello no debería preocupar; incluso en el caso de que el deudor no pueda hacer frente al pago de la deuda llegado el vencimiento (cuando se declara insolvente ese tío que me debía dinero porque le vendí una partida de ladrillos) ese dinero “desaparece” con el impago, sin más efectos sobre la masa monetaria, aunque con efectos devastadores sobre la economía real y sobre el sistema financiero edificado sobre este tipo de dinero.
          Ahora bien, el dinero financiero, al viajar libre de su subyacente, puede aumentar o menguar sin más límite que la existencia de demandantes de prestamos (prestatarios), con independencia de a qué destinaran esos préstamos. Cuando estos prestatarios pidieron dinero para comprar cosas la situación de ese dinero se asemeja al “dinero comercial”, con el agravante de que ahora, si no se paga, el perjudicado es el “banco” y no el “comerciante”. Y esto es peor porque el “banco” cumple un papel “social” que no tiene ningún otro agente: hacer fluir la sangre de la liquidez que alimenta a toda la economía real y, además, concentra buena parte de los riesgos de impago, lo que sucede, por ejemplo en el caso de las hipotecas “subprime” concedidas para comprar una casa a quién no puede pagarla: los afectados son los bancos pero no las inmobiliarias, que, en su día, cobraron con el dinero prestado por el banco a los “negritos de alabama”. Pero ese dinero bancario también se destruye con la insolvencia del prestatario y arrastra, en su caída al banco que insensatamente lo prestó.
            Pero parte del “dinero financiero” no se ha empleado para la compra de bienes y servicios “a crédito”: se ha empleado, como nunca en la historia, como “dinero de casino” y ahí, en ese “intercambio de cromos” tipo Madoff se ha producido la hecatombe. El “dinero financiero” ha crecido hasta generar una “burbuja financiera” en la que se pedían préstamos para financiar a su vez nuevos préstamos o productos derivados de estos préstamos, que a su vez servían para garantizar o financiar paquetes de inversiones cuyo contenido se desconocía... todo ello para generar unos beneficios inexistentes pero que se hacían efectivos a medida que el papel cambiaba de manos. La burbuja financiera que hemos padecido no era más que un esquema de estafa piramidal (tipo Ponzi) que, a diferencia de otras burbujas, (en la inmobiliaria había inmuebles, en la de los tulipanes(**) había bulbos) en esta debajo no había nada.
            El casino era la única salida que le quedaba a una sociedad en la que las desigualdades se habían extendido hasta el infinito y en la que unas pocas manos controlaban tanta cantidad de dinero (de todos los tipos) como les era posible. Y todavía querían más; y como la economía real no provee las tasas de rendimiento a las que ellos aspiraban, en su proceso D-M-D' (dinero, mercancías, más dinero) eliminaron la M que les estorbaba y les constreñía al mundo real y pasaron a un modelo D-D' en el que, entre medias, había una ruleta, en la que por arte de birbibirloque (sólo al alcance de unos pocas mentes privilegiadas) la bola siempre caía en el número de la apuesta que habían realizado. Así hasta que la realidad, siempre tan terca, se impuso.
          Pero, por lo que nos interesa a efectos de “hiperinflación”, que de esto iba el post, lo cierto, lo cierto es que “desmantelada la timba” y “declaradas las insolvencias” lo único que realmente ha podido pasar es un hundimiento del “dinero comercial” y del “dinero financiero”. ¿Entonces por qué auguran una era de “hiperinflación”? A esperar al siguiente capítulo.




(*) A salvo los procedimientos de “picaresca” como el “peloteo de letras” que ya se conocía en la Inglaterra siglo XVII.
(**) Puesta de moda por la película “Wall Street”

martes, 2 de noviembre de 2010

Hidden Agenda

          Por imperativo del Ministerio de Distracción Pública, tenemos que interrumpir la serie sobre la hiperinflación.

         Mucho se “runga” por las cloacas de la política (las tertulias y los medios) sobre los pactos secretos PSOE-PNV sobre ETA, cuando un mínimo esfuerzo de análisis los haría evidentes: ¡Claro que existe un pacto secreto entre los dos partidos! Es más, existe un pacto secreto entre los tres “reyes del mambo” del País Vasco: PSOE, PNV y también, como no, el PP.

           Cuando ZP compró al PNV sus “gastos pagos” hasta marzo de 2.012 y más allá (hasta el último día que constitucionalmente sea posible seguir chupando del Presupuesto, lo que incluye el periodo de traspaso de poderes), se pensaba que los de Urkullu tenían la sartén por el mango y que poco podían ofrecer los “socialistas”, digo los “zapateristas”, que no en vano, son de otro género y especie.
           Pero nos olvidábamos de un pequeño detalle: la capacidad del Gobierno y Parlamento de reformar la Ley Electoral antes de las elecciones locales y forales ("¡ahí está el detalle!" que diría Cantinflas(*): el dinero que manejan) de 2.011. Y ahí está la moneda de cambio que el Gobierno puede ofrecer al PNV: que la izquierda abertzale no se pueda presentar a los comicios, ni aunque, previamente, haya tenido que jurar bandera y cantar el “Cara al Sol”.
           La lógica es evidente: “el pastel es el que es y se toca a más tarta cuántos menos comensales se sean”. Arrojar fuera de la mesa a uno de ellos (que podría llevarse un diez o un quince por ciento de la tarta) supone acrecer la ración de los demás, amén de menos problemas a la hora de repartir, si hubiera que llegar a acuerdos y coaliciones de gobierno en cada uno de los Ayuntamientos o Diputaciones Forales. En este juego están interesados todos (PNV, PSOE y PP) y además tienen al árbitro comprado: No bastará, ya lo veréis, con condenar la violencia para ser legalizado, habrá que pedir además “limpieza de sangre de los candidatos”, avales, informes de buena conducta expedidos por la Guardia Civil y, finalmente, un arrepentimiento público en la plaza de cada pueblo, con “sambenito” incluido, para demostrar que son más españolistas que los más españolistas de los demás partidos: y luego, si quiere alguien, que los vote.
          ¡Cuánta miopía! Si lo que hay que hacer con los independentistas es sentarlos a la mesa, darles su ración y esperar a que se comporten exactamente igual que nosotros, imitando nuestros vicios y groserías en la mesa. Entonces ya quedan desacreditados ante su electorado y desaparecen o se reducen a la mínima expresión. Y eso sin contar con el placer en la conversación que supone tener un nuevo comensal sentado a la mesa...
          A estos lerdos les hace falta leer a los clásicos: pueden empezar con “Rebelión en la Granja”. Y si no les gusta leer, que, por lo menos, viajen, y no muy lejos: a Galicia (Bloque) o a Cataluña (Esquerra) mismo vale.


(*) Que gran Ministro de Zapatero sería el pobre.